Me llamo Estefanía (nombre cambiado), y estoy aquí para compartir cómo el Señor me ha librado de la vergüenza del aborto. Hace algún tiempo asistí a una conferencia de mujeres de mi iglesia. Una de las mujeres habló de algunas cosas asombrosas que la iglesia estaba haciendo para madres solteras. Estaban elogiando a estas madres jóvenes por el esfuerzo que hicieron en escoger la vida después de quedarse embarazadas a una edad tan joven. Era un cosa verdaderamente maravillosa la que hizo la iglesia por estas mujeres jóvenes. A la vez me hizo pensar sobre ¿cuántas mujeres podrían estar presentes que tal vez no habían tomado esta elección?
Aproximadamente 1 de cada 3 mujeres ha tenido un aborto. Me preguntaba: ¿cuántas de ellas seguirían endureciendo su corazón como yo misma lo había hecho? ¿O cuántas estaban conteniendo sus lágrimas para no llamar la atención hacia ellas mismas? Porque celebrar la elección de estas mujeres jóvenes, a favor de la vida, era un recordatorio doloroso de la vida que decidimos acabar.
Yo era esa chica con el corazón endurecido durante muchos años.
Procuraba llenar el vacío de lo que había hecho con muchas cosas: fiestas, bebiendo, promiscuidad, una relación fallida tras otra. Pero ninguna de estas cosas llenó el hueco que – sin darme cuenta – trataba tan desesperadamente de llenar. Yo también era esa chica que iba a la iglesia y contenía la respiración cada vez que se mencionaba la palabra ‘aborto’, porque permitir las lágrimas era lo mismo que admitir mi culpa. Y así nadie lo sabría. Me decía que llevaría este secreto a mi tumba. Poco sabía yo que Dios tenía un plan distinto para mi.
Cuando tenía unos veintitantos años, conocí, en un bar que solía visitar a menudo, a un hombre joven. Continuamos saliendo aunque la relación desde el principio era muy disfuncional . Para ser breve, acabamos casándonos aunque mi familia (y otras personas) no pensaban que era una buena relación. Me acuerdo pensar diciéndome a mí misma que tenía que casarme con él, porque nadie más me quería ya que era un ser dañado. Sobra decir que el matrimonio fue muy árido desde el principio hasta el final. Él era alcohólico y yo era muy codependiente de él. No era una buena combinación. No le hablé de los abortos que había tenido porque era un secreto que iba a llevar a la tumba. Una noche cuando estaba en la cama, recuerdo que le dije a Dios, ”yo le quiero más que tú. No sé hacerlo de otra forma.”
Y el Señor Jesús me lo mostró rápidamente. Tuve una oportunidad de asistir a un taller que se llamaba ‘Aventura de Gracia’. Mis padres habían asistido también, y era el cambio que yo vi en mi padre que me impulsó a asistir. Sentía, ya hace tiempo, que el Señor estaba tocando mi corazón en este punto, y estaba casi lista para dejar el peso de mi vida y de mis pecados. A través del taller, Dios empezó a romper las barreras. Él empezó a darme una nueva identidad y una libertad en Él que yo no conocía ni sabía ser posible. ¡Él tomó toda mi vergüenza, toda mi inmundicia y me dejó limpia! Durante ese taller, por fin, hablé de mis abortos y ni una persona me avergonzó. Incluso me dieron una oportunidad de orar y entregar mis bebés a Jesús. Fue una experiencia maravillosa, pero el Señor sólo había comenzado su obra en mi. Sentí fuertemente que ahora era el momento de hablar a otras personas de mis abortos.
La parte más dura era contárselo a mi familia. Aquello supuso derramar muchas lágrimas y mucho dolor para decir lo mínimo. No obstante, esto todavía no era el final de mi historia. Con el paso del tiempo me di cuenta que todavía necesitaba sanar más, y el Señor me dirigió a un programa pos-aborto (llamado: ‘Si no fuera por la Gracia’) para curar lo ocurrido. A través de este programa, el Señor Jesús empezó a revelarme a mis hijos de manera muy real y comenzó a quitarme toda la vergüenza que todavía estaba experimentando. Me gustaría decir que estoy completamente sanada del dolor que el aborto ha traído a mi vida, pero todavía, de vez en cuando, me siento afligida por la pérdida de mis niños, aunque las lágrimas son curativas. Por eso son bienvenidas.
La buena noticia es, ya no he de de vivir más con la vergüenza porque ¡por eso murió Jesucristo en la cruz! ¡Qué Dios más poderoso al que servimos que tomó mi pecado más feo y lo borró todo. En S. Lucas 7:47 dice, “Por lo cual te digo que sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho; mas aquel a quien se le perdona poco, poco ama.” He sido perdonada mucho y no quiero que se me olvide todo lo mucho que el Señor me ha perdonado. Y, ahora, mi deseo y oración es poder ayudar a otras mujeres que están luchando con la vergüenza del aborto. Dios no nos llamó para vivir así. Hay libertad verdadera en Jesucristo si estás dispuesta a enfrentar tu temor y permitirle a Él sanarte. Hoy es el día. ¡Sé valiente! No estás sola.
(Estefanía dio su permiso a Sifra para traducir su testimonio con el fin que ella misma expresa, sobre todo en el último párrafo).
Si necesitas hablar de tu aborto, no dudes en llamar. Sifra ofrece un programa de sanidad.