Fuimos a verla a su casa, me impresionó su juventud y su belleza serena.
Se había quedado embarazada de soltera y la pareja se había desatendido de todo, pero ella había decidido seguir adelante con su embarazo, y allí estaba ella con su hijita de unos pocos meses, una niña sana y vital de mirada alegre y muy espabilada.
La mamá nos empezó a contar ilusionada los progresos de su hijita y todos los adelantos que hacía día a día, y cómo con su sonrisa conquistaba a todos los que la rodeaban. Se la veía contenta y feliz con su hija y nos contagió esa alegría.
Nos comentó que toda esta experiencia del embarazo la había acercado a Dios, bajo cuyas alas había decidido refugiarse, y esto la proporcionaba calma ante su futuro y el de su hija.
Nos habló de sus planes de futuro, de cómo iba a buscar trabajo de lo que había estudiado, sabía que no iba ser fácil, porque el cuidado de la niña requiere tiempo, pero se la veía confiada e ilusionada.
Nada que ver con esa desilusión y esas miradas profundamente tristes de las jóvenes que han abortado cuando salen de los abortorios (las clínicas que hacen abortos). Estas jovencitas, a veces llevadas allí obligadas por sus padres para quitarse rápidamente el problema de encima, reflejan en su cara el dolor, el desgarro, en definitiva, reflejan muerte.
Pero la mirada de esta joven, que había optado por la vida, reflejaba ilusión, futuro, vida. Y confirma una vez más que la vida, aunque tenga sus dificultades, es más ligera que la muerte. La vida contagia vida y esta joven mamá y su niñita la transmitían.