Hace unas semanas estaba frente a una clínica que hace abortos para intentar ayudar a las mujeres que allí acuden. La lluvia hizo acto de presencia y como no teníamos paraguas nos resguardamos debajo de un tejadillo cerca de la puerta del abortorio. Allí estuvimos un buen rato hasta que de repente salió de dentro una trabajadora que nos dice: “Si sois “antiabortistas” no podéis estar aquí, porque esto es una propiedad privada, debéis de estar allí” y con su dedo índice nos indicó la acera.
Nosotras, respetuosas, salimos del protector tejadillo y nos fuimos a la acera. Por suerte nuestra, y gracias a Dios, al instante dejó de llover y no nos mojamos.
Lo que más me impresionó no fue el que nos echaran de un lugar donde no estorbábamos a nadie protegiéndonos de la lluvia, sino que nos llamaran “antiabortistas”. Yo no me reconozco en ese nombre, y si es que me tuviera que definir diría que soy “Provida”, pero me imagino que es muy incómodo para una “proabortista” llamarnos Próvida porque entonces ella lógicamente queda definida como “Promuerte”
La palabra próvida es muy bonita, está cargada de futuro, de esperanza, de vida en definitiva. ¡¿Quién no es próvida en el más amplio sentido de la palabra?! Todos queremos ser muy respetuosos con la vida del planeta, de las plantas, de los animales, de los océanos, y algunos, además, queremos respetar la vida de los concebidos y no nacidos y de sus madres. Pero esto, lo comprendo muy bien, es demasiado para una proabortista.